sábado, 27 de diciembre de 2008

Segundo encuentro con la nieve


El jueves pasado fuimos a las montañas que se encuentran a la mitad del camino entre San Diego y Mexicali. Pertenecen a la misma cordillera de la tan famosa y temida Rumorosa, donde en épocas pasadas, antes de la autopista, muy frecuentemente los autos caían a los voladeros; de hecho aun se pueden observar los restos herrumbrosos de los que alguna vez fueran vehículos.

La intención de esta salida era primordialmente: ver la nieve. Días antes había estado nevando y al parecer los cerros estaban tupidos de blanco.

Antes de continuar debo de mencionar que previo a esta visita, solamente había visto la nieve en una ocasión, también en este año, por ahí de Abril o Mayo. En esa oportunidad fuimos a Fraizer Park, situado a unas 50 millas al norte de los Angeles.

Pues bien, continuando con el relato y para no hacer el cuento tan largo..

El día estaba soleado cuando nos fuimos, pero conforme nos internábamos en las montañas, el cielo se oscurecía, una llovizna oblicua caía de todos lados y los vientos sacudían la camioneta constantemente. Casi a medio camino, estábamos pensando en abandonar la misión y regresar por donde vinimos, pero nuestra bravura pudo más que el cierzo y sus aliados y continuamos en nuestra nívea cruzada.

Salimos de la carretera principal para tomar otra que nos llevaría a un parque situado en las montañas. A medida que avanzábamos se comenzaban a notar fragmentos blancos en las orillas del camino. La victoria era casi nuestra. Avanzamos por 5 o 6 millas más y de pronto... Todo era blanco, un blanco como nunca hubo ninguno, blanco blanco, más blanco que el blanco de la leche, más blanco que las nubes.

Y ahí estábamos, en un camino bordeado por nieve a ambos lados. Avanzamos un poco más y nos detuvimos. La lluvia continuaba arreciando y el frío se hacia intenso pero salimos de la camioneta y nos dirigimos al encuentro esperado.

Estoy aprendiendo que hay diferentes tipos de nieve, y que cuando esta por derretirse la nieve es muy suave, tan suave, que al pisar te hundes hasta las rodillas, lo cual fue mi caso, porque cada paso que daba, cada paso que me hundía, y me volvía a hundir. Como no llevábamos ropa adecuada, rápidamente se mojaron mis tenis y mi pantalón, no duré ni 10 minutos fuera cuando ya quería regresar a la camioneta a prender la calefacción, ahhh, eso sí, no sin antes tirarme una maroma como un ninja; al final resultó más bien en un lancé sin ton ni son, que me terminó de empapar.

No estuvo nada mal esta salida, pero el primer viaje a conocer la nieve fue más placentero, nada de lluvia y mucho sol, aquel día me sentí casi como cuando al Coronel Aureliano Buendía lo llevaron a conocer el hielo.

El balance final queda en un empate, la nieve uno, y yo uno.

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