Doscientas cuarenta millas (millas más millas menos), son las que separan a Los Angeles de Mexicali. Hace dos días, en vísperas de nochebuena, tuve que hacer solo el penoso recorrido.
Para los que no saben como es el tráfico de LA, lo ejemplificaré comparándolo con una pequeña democracia, lo que diga la mayoría es lo que se hace, es decir, al paso que avancen los autos es a como uno logra irse moviendo. Claro, como nada es perfecto, no falta algún inoportuno dirigente, en este caso un accidente, que arruine el ya de por si lento andar de la gente. Y si bien uno puede lograr velocidades de cincuenta o sesenta millas por hora, también es cierto se puede ir a menos de veinte, como en mi caso.
Me tomó cinco horas llegar a mi destino. Las primeras dos fueron las más lentas, y parecía como si los minutos se hubiesen alargado al doble. El transitar a razón de veinte o treinta millas por hora crea es falsa percepción de que el tiempo transcurre lento y de que la paciencia se acorta, y esto último, de no tan falsa apreciación.
A medida que salía de la ciudad se dejaban ver, a lo lejos, las montañas nevadas de San Bernardino, posteriormente, cerca de Palm Springs, el mismo escenario con cumbres níveas a lo largo de la carretera. Esto hizo mi viaje más ameno, no siempre se logran ver paisajes de esta naturaleza tan bella.
Y para muestra un botón. He aquí la prueba fehaciente de los paisajes vistos en el recorrido:
Para los que no saben como es el tráfico de LA, lo ejemplificaré comparándolo con una pequeña democracia, lo que diga la mayoría es lo que se hace, es decir, al paso que avancen los autos es a como uno logra irse moviendo. Claro, como nada es perfecto, no falta algún inoportuno dirigente, en este caso un accidente, que arruine el ya de por si lento andar de la gente. Y si bien uno puede lograr velocidades de cincuenta o sesenta millas por hora, también es cierto se puede ir a menos de veinte, como en mi caso.
Me tomó cinco horas llegar a mi destino. Las primeras dos fueron las más lentas, y parecía como si los minutos se hubiesen alargado al doble. El transitar a razón de veinte o treinta millas por hora crea es falsa percepción de que el tiempo transcurre lento y de que la paciencia se acorta, y esto último, de no tan falsa apreciación.
A medida que salía de la ciudad se dejaban ver, a lo lejos, las montañas nevadas de San Bernardino, posteriormente, cerca de Palm Springs, el mismo escenario con cumbres níveas a lo largo de la carretera. Esto hizo mi viaje más ameno, no siempre se logran ver paisajes de esta naturaleza tan bella.
Y para muestra un botón. He aquí la prueba fehaciente de los paisajes vistos en el recorrido:
La última hora es la que resulta menos tediosa, ya que es cuando me aproximo a Westmorland, tomo un recodo para librar el pueblo y sigo por una carretera rural, que en algunas partes esta flanqueada por arboles de follajes lastimeros, en otras por pacas de alfalfa apiladas y en algunas más, por los sembradíos alternándose entre el verde y el color tierra.
Pasadas unas cuantas millas, a la distancia, se logra ver El Centinela, una montaña enorme de roca maciza que vela al valle donde se encuentra ubicado Mexicali, y es entonces cuando se sabe que el viaje esta por terminar.
Al final, hube escuchado cerca de 200 canciones, parado 2 veces, una a comer otra a tomar las fotos y hecho algunas 3 o 4 llamadas desde mi celular.
Y debido a esta experiencia (y otras más que guardo en mi haber), es que me atrevo a dar unas cuantas recomendaciones sencillas para el viajero en carretera.
1. Si sabes que vas a estar varado por un rato (sí, literalmente varado en el tráfico), o vas al baño con anterioridad o de plano no tomas agua.
2. Come algo antes de internarte en los misterios abstrusos e indescifrables del tráfico angelino, no sea que cuando menos puedas salir de la carretera es cuando mas hambre te dé.
3. Prepara música variada y jocosa, que no te pase como a mí, que me tuve que chutar una y otra vez hasta el hastío, al Gran Combo, Cerati y Filio.
Saludos y buen viaje.
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