lunes, 31 de diciembre de 2012
50 libros en un año, 2012
En cuanto a los libros que lei este año, puedo decir que inclui algo de poesía, bastante novela negra-casi el 20% de mis lecturas-, mucho cuento y, por supuesto, nuevos autores con temas variados que fueron desde poesía hasta obras de teatro.
Por otro lado Onetti sigue siendo un indiscutible favorito y ya estoy armando mi colección personal de sus libros; Paco Taibo II fue un gran descubrimiento; releí Ficciones y esta vez quedé fascinado con el libro, y lo mismo sucedió con La invención de Morel, de Bioy Casares y también terminé de leer todas sus novelas; leí, como ya escribí, nuevos autores y algunos me gustaron mucho: Élmer Mendoza, Antonio Skármeta, Silvina Ocampo, Ricardo Piglia. La verdad que fue un gran año.
Para este nuevo 2013 ya tengo mi tarea: saqué 15 libros de la biblioteca donde mayormente predomina la novela negra latinoamericana; después, atacaré los libros que siguen esperándome sobre el librero que ya son cerca de 40 (y sigo comprando). Hay muchos libros y autores importantes que no he leido y que me gustaría incluir para el próximo año, por ejemplo: El quijote, Rayuela, James Joyce, Proust, Fulkner. En fin, ya veré como se va acomodando el nuevo año de lecturas.
Y como siempre, los libros que más me gustaron están en negritas.
Pero nada, feliz año y a leer más y mejor.
1 La vida breve, Juan Carlos Onetti (Mi libro favorito de todo el año)
2 Jorge Luis Borges, Una invitación a su lectura, José Emilio Pacheco
3 Aura, Carlos Fuentes
4 Kafka en la orilla, Haruki Murakami
5 Edipo Rey, Sófocles
6 Ensayo de un crimen, Rodolfo Usigli
7 Bola de sebo y otros relatos, Guy de Maupassant
8 Juegos de la imaginación, Marco Tulio Aguilera Garramuño
9 El pollo que no quiso ser gallo, Marco Tulio Aguilera Garramuño
10 Ficciones, Jorge Luis Borges
11 La ladrona de libros, Markus Zusak
12 Cuando ya no importe, Juan Carlos Onetti
13 La princesa de hielo, Camilla Lackberg
14 El astillero, Juan Carlos Onetti
15 Dias de combate, Paco Ignacio Taibo II
16 La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares
17 Cosa fácil, Paco Ignacio Taibo II
18 Los mejores cuentos policiales de Manuel Peyrou, Manuel Peyrou
19 Memorial del convento, José Saramago
20 No pasó nada, Antonio Skármeta
21 Cuatro manos, Paco Ignacio Taibo II
22 24 Poetas latinoamericanos, Francisco Serrano (Antólogo)
23 Gracias por el fuego, Mario Benedetti
24 Los días del arcoíris, Antonio Skármeta
25 Escribir poesía, Ariel Rivadeneira
26 El ruido de las cosas al caer, Juan Gabriel Vásquez
27 Cómo leer y escribir poesía, Hugo Hiriart
28 Waiting for Godot, Samuel Beckett
29 El héroe de las mujeres, Adolfo Bioy Casares
30 Cien haikus, Masaoka Shiki
31 Cuentos breves y extraordinarios, JLB y ABC (Antología)
32 El túnel, Ernesto Sabato
33 Los tigres de Malasia, Emilio Salgari
34 Cómo se escribe Poesía, Silvia Adela Kohan
35 El sueño de los héroes, Adolfo Bioy Casares
36 La aventura de un fotógrafo en la Plata, Adolfo Bioy Casares
37 Plan de evasión, Adolfo Bioy Casares
38 Las batallas del desierto, José Emilio Pacheco
39 Los oficios terrestres, Rodolfo Walsh
40 Confabulario, Juan José Arreola
41 Los que aman, odian, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
42 El complot Mongol, Rafael Bernal
43 El beso de la mujer araña, Manuel Puig
44 Los mejores cuentos policiacos mexicanos, María Elvira Bermudez
45 El camino, Miguel Delibes
46 Balas de plata, Élmer Mendoza
47 La prueba del ácido, Élmer Mendoza
48 El pozo, Juan Carlos Onetti
49 La vida misma, Paco Taibo II
50 Plata quemada, Ricardo Piglia
martes, 11 de diciembre de 2012
Edgar "El zurdo" Mendieta
¡Oh, género negro mexicano, casi inexistente! Casi, pero no inexistente. Prueba de ello son las novelas que he estado leyendo: Ensayo de un crimen, de Rodolfo Usigli; Días de Combate, Cosa fácil, y Cuatro manos, de Paco Taibo II; y el El complot Mongol, de Rafael Bernal. Y a esta casi inexistente lista se suman dos más: Balas de plata y La prueba del ácido, las dos de Élmer Mendoza. Aunque sé que hay más libros, mi lista se limita a lo que he leído. ¡Pero la ampliaré!
Así que, debido a que últimamente me ha dado por explorar el género negro latinoamericano, y a que leí por ahí que las dos novelas de Mendoza eran bastante buenas, y a que me gusta conocer nuevos escritores, me aventuré a buscar Balas de plata y La prueba del ácido. Y para mi buena suerte, ambos libros estaban en la biblioteca ¡yeeii!
Pues bien, "El zurdo" Mendieta es el protagonista en ambas historias. El tipo es un judicial que nunca se casó, con conflictos internos (nada nuevo aquí), y que hasta cierto punto tiene una especie de código de ética o moral, ya que no se vende a nadie. Conforme avancé en la lectura, no pude evitar pensar en Belascoarán Shyne. Ambos, El zurdo y Shyne, son una especie de héroes urbanos-por ponerlo de algún modo-, tipos extraños que no saben a ciencia cierta por qué se dedican a lo que se dedican (Shyne era Ingeniero; el Zurdo, si mal no recuerdo, estudio Letras), pero que tratan de hacer las cosas bien y acabar con los malos. Otra similitud entré ambos personajes sería que Mendoza esta tratando de hacer lo que Paco Taibo hizo con Belascoarán, es decir, crear una saga. Y de hecho, el más reciente libro que publicó Mendoza, Nombre de perro, es otra historia más del Zurdo Mendieta, que por cierto estará en lista de espera para el 2013 sí y solo sí lo compran los de la biblioteca.
El ambiente en los dos libros de Mendoza es muy similar: un crimen o crímenes que resolver, narcos que controlan la ciudad y que tienen lazos con las altas esperas del poder; mujeres de quienes El zurdo cree estar enamorado; personajes y lenguaje bastante coloquiales. Conforme las lecturas avanzan, se van descubriendo nuevas pistas para la resolución del crimen que, a decir verdad, no genera tanta expectativa o al menos no la que debería. Mi opinión es que lo interesante de las historias, lejos del planteamiento del problema y su resolución, es la forma como son contadas, la bola de nombres y personajes que aparecen y desaparecen, y la velocidad que el autor le imprime a los diálogos y a la historia misma.
Una cosa interesante respecto a los diálogos y la voz del narrador es que son lineales. No hay una clara puntuación que los diferencie y esto en un principio puede desconcertar un poco. Pero si se ha leído a Saramago, entonces no habrá problemas. Son libros relativamente cortos, de fácil y rápida lectura, y eso sí, bastante entretenidos.
Ahora mismo tengo en mis manos La vida misma, de Paco Taibo II, que si bien no esta resultando estupenda, es bastante entretenida y me ha hecho reir; ese Paco Taibo sí que es ameno.
¡Ah!, y vienen como 16 libros más en camino, y casi todos de género negro latinoamericano. Así que tendré bastante material en las siguientes semanas.
A leer más y mejor.
lunes, 25 de junio de 2012
Memorial del convento
jueves, 21 de junio de 2012
Los mejores cuentos policiacos de Manuel Peyrou
Y como sigo con la temática del género negro, anoche terminé de leer Los mejores cuentos policiacos de Manuel Peyrou. La antología incluye, además de una introducción al autor y su obra, 10 cuentos. De los 10, cinco me parecieron muy buenos: La espada dormida, Julieta y el Mago, La Delfina, El matador y El árbol de Judas; de hecho, los dos primeros ya los había leído en otras antologías.
Peyrou con un lenguaje sencillo propone, al principio o durante la trama de libro y un poco a la manera inglesa, un enigma y al final del relato ofrece la resolución de este. Por supuesto, que el desenlace siempre es inesperado y solventado con una muy buena lógica. La verdad que me ha gustado Peyrou, bien por él y sus relatos, y bien por mí :).
A leer más y mejor.
viernes, 15 de junio de 2012
Héctor Belascoarán Shyne
El género negro me resulta particularmente interesante. A veces por el misterio del crimen y su resolución; otras, por el suspenso de la trama; pero pocas veces me resulta entrañable el personaje. Y tal ha sido el caso de Belascoarán Shyne.
Al parecer la saga completa del detective mexicano consta de diez libros, que en este momento ignoro si los leeré todos o no, pero al menos los dos primeros me engancharon y resultaron bastante entretenidos. En la serie de Belascoarán, Paco Taibo II rompe el típico estereotipo de detective intuitivo, sagaz y metódico, por el de un tipo que obtuvo su certificado de detective por correspondencia, que lleva sus anotaciones en un viejo periódico que sirve de libreta de apuntes comunitaria (el detective comparte su oficina primero con un plomero; luego, con un experto en drenaje profundo y un tapicero), que casi no duerme, y que, eso sí, resulta muy humano. Belascoarán Shyne no sabe a ciencia cierta por qué es que decide dejar su carrera como ingeniero para dedicarse a resolver misterios. Y quizá ese factor de incertidumbre es lo que lo motiva a buscar el porqué de lo que hace.
En el primer libro, Días de combate, Paco Taibo introduce a un detective poco convencional. Lo sitúa en la Ciudad de México, relata un poco su historia y da a conocer a algunos de los personajes que continuarán en la saga. En este primer libro el detective se da a la tarea de cazar a un estrangulador que anda por ahí asesinando mujeres. El crimen y su resolución son menos interesantes que el surgimiento de Belascoarán como detective, pero aun y con eso es un libro bastante entretenido y legible.
En Cosa fácil, el segundo libro de la saga, Belascoarán deberá resolver tres problemas simultáneamente: la búsqueda de un personaje histórico que se creía estaba muerto, el asesinato de ejecutivo de una fábrica que está siendo amenazada por una huelga, y, por último, el supuesto rapto de la hija de una meretriz. Aquí Paco Taibo añade un par de personajes más a la ya concurrida oficina del detective, y con ello un poco de buen humor.
Por último, quiero añadir que el estilo del autor es bastante bueno. A lo largo de la historia el personaje central reflexiona de manera interesante sobre varios asuntos que a él le atañen, pero lo hace de tal forma que no se pierde el hilo de la historia, sino más bien aporta a esta.
Ahí está, pues, un poco de Belascoarán Shyne, lecturas totalmente recomendables para quién se apunte.
A leer más y mejor.
Never let me go
Prevengo que mis conocimientos musicales son mas bien pobres, por lo que no pretendo dilucidar sobre las razones técnicas que hacen de Never let me go una excelente canción. Esto es más bien un intento de presentar esta pieza de 14 y pico de minutos de duración y que es, en mi opinión, una de las mejores interpretaciones de jazz en el piano.
Si de un escrito se dice que las primeras lineas son fundamentales para atrapar al lector, de la canción de Evans (transportando el argumento al plano musical) no se podría decir otra cosa que eso, que desde sus primeros acordes cautiva al oyente.
El comienzo de la pieza es lento, dramático, evocador. Conforme la ejecución avanza, Evans va urdiendo una historia armoniosa ora lenta, ora vertiginosa para luego continuar con una serie de escalas que explotan en imágenes de sonido vivo, colorido, y bien pensado. A poco más de la mitad, el ritmo parece disminuir, pero más bien es un respiro para lo que luego ha de venir: la argumentación central de la pieza. Y es justamente aquí cuando se revela la genialidad de Evans, que pasa de lo simple a lo complejo con un simple movimiento, que juega subiendo y bajando la intensidad de la ejecución a voluntad con un dominio magistral del piano. El final no podría ser mejor: es un colofón melancólico que viene a cerrar de manera extraordinaria la aventura musical que, en cuanto termina, se querra volver a tocar de inmediato.
viernes, 23 de marzo de 2012
Los cuidados de un jardín
Ya que hasta hace poco nunca había sabido lo que era cuidar un jardín, este texto no pretende ser una guía de cómo se debe cuidar uno. Más bien (ahora que sé el trabajo que conlleva), es como una leve vislumbre informal de algunas de las cosas que implica la jardinería. Puedo decir que no es cosa fácil, pero de alguna forma el esfuerzo invertido es gratificante.
De niño algunas veces ayudé a mi abuelo (a él debo mis precarios conocimientos del uso del serrucho) a podar el césped o a cortar alguna rama; inclusive me tocó desherbar algún terreno. Mas siempre fue algo mínimo y que hacía muy de vez en cuando; nunca fue una tarea que tuviera a mi cargo de manera constante. Y tal vez por eso, no lo consideraba como trabajo y era más bien como una diversión. Pero desde hace un par de meses las cosas han cambiado. Ahora vivo en una casa con jardín que necesita constantes cuidados para verse bien.
En un principio pensé que sería cuestión de cortar el césped unas dos veces al mes y listo. Pero lo que no sabía es que el clima californiano favorece el crecimiento de toda clase de fauna. Y si esto es aquí, en cualquier otro sitio puede pasar igual. Así que tuve que multiplicar por dos la frecuencia de las podadas. Ah, y además están las flores y los árboles que exigen su cuota de atención. Y ni qué decir de la maleza que crece por todos lados y que es necesario arrancar constantemente, o de las plantas del vecino que a pesar de la malla se las ingenian para invadir. ¡Yo las maldigo!
Definitivamente cuando me mudé no estaba preparado para enfrentar el trabajo que implica mantener un jardín. Claro, siempre está la opción de contratar un jardinero, pero eso significa gastar dinero que, para ser sincero, preferiría emplear de otra forma. Así que el trabajo mayormente ha recaído sobre mí.
Por lo tanto, para poder hacer frente a la tarea que indefectiblemente semana a semana me espera, he tenido que ir haciéndome poco a poco con herramientas. Ahora los guantes, la pala, el pico, la cuchara, las tijeras y el rastrillo son mis aliados en la batalla dominical. A veces salimos bien librados; otras, el sol y los elementos nos derrotan. Pero sea como fuere, al final de la jornada, encuentro que por alguna razón, quizá por la consecución de haber realizado una mejora que a simple vista se puede apreciar, experimento una sensación agradable, confortante.
Esto de la jardinería no va a ser fácil ni espero que lo sea, pero estoy seguro de que con el tiempo aprenderé alguno que otro truco. Y así, cuando llegue la hora de la calzarme los guantes y tomar el rastrillo, la balanza se nivelará cada vez más a mi favor.
lunes, 19 de marzo de 2012
Sueños atrapados o la historia de alguien más
Sueños atrapados o la historia de alguien más
Hoy decidí salir después de las doce de la noche. En cuanto desperté esta mañana vino a mí la idea de eliminar mi habitual recorrido nocturno, lo que significaría quedarme en casa una hora más. El porqué de esta decisión aun no lo sé. Quizá simplemente quería evitar mi acostumbrado trayecto; quizá el acto de retrasar mi salida se derive de que hace poco más de dos meses que falleció papá y hasta ahora he comenzado a extrañarlo. Quiero suponer que estando un poco más en casa puedo ayudarme a pensar en él.
No creo preciso atribuir el termino negación a este reaccionar retardado que he tenido ante la muerte de mi padre. Más bien, creo que estaba tan habituada a ver su figura pausada recorriendo las habitaciones de casa en busca de no sé qué cosa, o a contemplarlo sentado por las tardes mientras se deleitaba viendo una puesta de sol, o a estudiar sus manos trabajando con fervor en sus plantas y flores sembradas en improvisados tiestos que mantenía en la azotea, que simplemente era como si estuviera aquí. Pero ahora me he dado cuenta de que ya no hay manos que escarden macetas ni ojos que contemplen atardeceres desde esa mecedora que ha ido guardando polvo ni pasos que caminen con inútil afán.
Aun me quedan 15 minutos antes de salir a cubrir mi turno en la fábrica y de alguna forma creo que estoy cumpliendo mi propósito de pensar en papá. Es lo menos que puedo hacer por quien siempre me apoyó en todo. Fue él quien me motivó a tomar el empleo de guardia de seguridad en al fábrica. Quizá previó que aunque mi aspecto grotesco y mi figura desmesurada no fueran atractivos para el dueño, ello no evitaría mi contratación, pues mi trabajo sería nocturno, y a nadie ofendería con mi repulsiva presencia. Por lo menos allí estaría a salvo de cualquier grosería; y, aún, más importante, que tendría una manera de ganarme la vida. El trabajo no me incomoda en lo más mínimo, sino por el contrario, me es de lo más fácil, perfecto para mí. A nadie se le ocurriría ir a meterse a un edificio escondido en un barrio sórdido y casi olvidado. Y en todo caso, estoy segura que el perro enorme que trajo el dueño disuadiría cualquier intento de intrusión.
Es cierto que en la fábrica las noches discurren lentas, y que en un principio el sueño me vencía, pero todo eso lo he superado. Cada día perfecciono más y más mi vigilia. Y dado que la fábrica no es muy grande, logró hacer las rondas en poco tiempo. Luego, me siento en la caseta de guardia donde me aplico de lleno a leer cuentos fantásticos o novelas policiacas, mis géneros favoritos. En ocasiones, tal parece que el barrio y la fábrica se asociaran tácitamente para hundirlo todo en un mutismo que me da oportunidad de sumergirme por completo en mis lecturas. Cuando eso sucede, logro una concentración total de forma que yo soy un uno más de los personajes de las obras que leo y sus circunstancias son las mías: yo soy aquella mujer que urde un crimen perfecto para vengar a su padre, aquel espía que necesita comunicar un mensaje y encuentra la forma de hacerlo asesinando, aquel hombre que se enamora de una desconocida por haber leído su certificado de nacimiento.
Mi pasión por los libros se la debo a papá. A él, que siempre fue un soñador y que a través de sus historias y cuentos me hizo soñar sus sueños. A él, que luego me enseñó que leyendo yo sería capaz de crear mis propias fantasías y que podía guardarlas como intimidades en un pequeño bargueño imaginario hecho a la medida de mi memoria. Y he descubierto que cada vez más puedo echar a andar a mi desaforada imaginación. Porque cuando salgo por la noche para ir a la fábrica, y con parsimonia hago mi habitual recorrido por esas calles a media luz, veo enamorados trenzados en besos que sobrepasan los límites de la decencia, o escucho alguna criatura nocturna elevar lamentos, puedo crear eventos o variaciones de un evento, y entonces me sé dueña y creadora de mis historias. Lo único y cierto que quizá yo posea.
Mamá ya duerme o finge dormir. Me despido de mi bargueño real donde guardo mis pequeños tesoros femeninos. Adornos que nunca me permitiría usar por ser cómo soy. Aunque, tal vez, algún día me tome el atrevimiento de llevar un moño discreto o una pulserita. Pero en cuanto lo pienso, desecho de mi mente esas posibilidades, que por ser tangibles, me son abominables. Decido, por fin, tomar la ruta más rápida para llegar a la fábrica. En menos de diez minutos me presentaré para cubrir mi turno. Daré mi ronda; luego, me sumergiré a soñar en las páginas de algún libro.
Mientras camino, la oscuridad absorbe el ruido de mis pisadas. Un vientecillo frío surge de pronto para acariciar mi rostro, como un consuelo premeditado. Excepto por mí, no hay nadie en las calles. Avanzo sin prisas, nunca he sabido tener prisa, y pienso en cómo serán las cosas de ahora en adelante, sin papá, sin su consejo y su protección. Y a medida que reflexiono en ello voy comprendiendo que tal vez ya esté lista para vivir sin él; tal vez, solo tal vez.
Al doblar la esquina luces rojas y azules que centellan por doquier me sacan de mis cavilaciones; veo agentes de policía yendo de aquí para allá; me aproximo al portón de la entrada y un oficial me de tiene; me identifico, le hago saber que yo trabajo allí, pero dice que no, que por hoy no. Se ha cometido un crimen. Alguien, tal vez una obrera, ultimo al dueño de la fábrica. La fantasía se impuso sobre la realidad. Mis sueños, mi certezas quedarán atrapados en los libros que deje sobre el escritorio dentro de la caseta de guardia.
martes, 13 de marzo de 2012
El bosque más hermoso del mundo
Hará de esto un par de años, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Mientras iba sumergido en mis pensamientos, manejaba a lo largo de una zona montañosa, casi desierta por donde nunca antes había pasado. De pronto, mi hija pegó un grito. En un principio temí que le hubiera ocurrido algo, pero más bien había gritado de emoción al reconocer el nombre del lugar referido por mi padre en una de las historias que solía contarnos.
El viejo nos relató que alguna vez allí se alzó el bosque más hermoso del mundo, de árboles fragantes y flores enormes, donde la flora y la fauna eran íntimos amigos. Con tristeza en sus ojos, también dijo que debido a la avaricia siempre creciente del hombre, al poco tiempo el bosque se vio reducido a nada: sus árboles fueron talados y sus animales perseguidos. Pero como quien sabía contar cuentos, con un guiño para mi hija terminó diciendo que si alguna vez alguien deseaba ver el bosque como antes fue, bastaba con desearlo muy fuerte con corazón sincero.
Casi al salir de aquella zona, mi hija miraba cautivada a través de la ventanilla mientras un olor exquisito lo inundaba todo.
martes, 6 de marzo de 2012
El peso exacto
miércoles, 29 de febrero de 2012
La mejor experiencia de mi vida
A pesar de que ya había pasado un día desde que se cumplió la fecha límite, esa visita que hacíamos al doctor era más bien de rutina, soló para saber qué habría de seguir en los días siguientes. Mientras la doctora comenzaba a examinar a Kathleen, mi esposa, nos decía que todo estaba bien y no teníamos que preocuparnos. Pero no bien hubo terminado de decir esas palabras, cuando nos miro seria y nos dijo que teníamos que partir inmediatamente hacia el hospital. El nivel de líquido amniótico había bajado considerablemente y era necesario inducir el parto o la bebé se pondría en riesgo. Dado de la inminencia del evento, consideré no pasar al departamento a buscar las maletas que, por suerte, ya teníamos listas desde hacía un par de semanas. Pero, como no tenía que desviarme mucho del trayecto, decidí ir. En menos de cinco minutos recogimos todo y salíamos con rumbo al hospital.
Eran aproximadamente las once de la mañana y sin embargo había tráfico. No me había sentido nervioso sino hasta que dejamos el apartamento. Así que para tratar de relajarme llevaba la música alta. Quizá por el mismo nerviosismo que sentía aumentar a cada segundo que transcurría, manejaba un poco más rápido de lo normal. Al tomar la salida que nos llevaría a nuestro destino note que había una larga fila, así que desaceleré considerablemente el auto hasta quedar casi detenido. En ese justo momento, por el retrovisor vi como un auto se aproximaba a gran velocidad hacía nosotros y no parecía que fuera a detenerse. Instintivamente pisé el acelerador y gire el volante a mi derecha buscando salir de la trayectoria del vehículo para evitar el golpe, pero fue inútil. Se escucho un fuerte chirrido proveniente del carro que se amarraba sobre el asfalto tratando de frenar a tiempo para no impactarnos. Unas fracciones de segundo después, sentimos un empujón que nos sacudió. Junto a mi nerviosismo se añadía un aturdimiento. Después que me hube cerciorado que todos estuviéramos bien, baje del auto. Había sido una carambola. El auto que nos impactó aparentemente había alcanzado a frenar, pero tras de este vino un jeep que lo arremetió con fuerza hacía adelante y este a su vez a nosotros. Gracias a Dios, no hubo heridos ni golpes. Y fuera de la defensa trasera abollada, mi auto no sufrió daños mayores. Les expliqué a los otros dos involucrados que tenía que llevar a mi mujer al hospital, pero que regresaría pronto para intercambiar información, y ellos accedieron. Por suerte el hospital estaba a escasas cuadras de donde ocurrió el choque, así que en menos de diez minutos ya estaba de regreso para hablar con la policía que para ese entonces ya estaba en el lugar. El asunto no demoró mucho y para cuando regresé al hospital, mi mujer ya había sido ingresada y estaba instalada su cuarto.
A Kathleen la canalizaron desde el momento que la admitieron. Debido al bajo nivel de líquido amniótico desde un inicio comenzaron a suministrarle oxitocina (mejor conocida como pitusina) para acelerar el parto. Las primeras doce horas pasaron tranquilas, pero después de la media noche la cosa cambió. A pesar de que no Kathleen no había dilatado mucho, comenzó a experimentar contracciones un tanto dolorosas. Desde un principio habíamos decidido que sería parto natural, pero eso sí, con la ayuda de la famosa epidural. Así que, si queríamos que le aplicaran la inyección, era el momento de hacerlo.
Un par de horas después de solicitar a la enfermera en turno que llamara al anestesiólogo, vi entrar a un anciano con cara de malvado vestido con bata y sosteniendo un maletín. Por un momento pensé que se había equivocado de cuarto. Pero no, aquel hombre era quien habría de aliviar los dolores que hacían que mi mujer comenzará a quejarse en serio. Luego de leernos su renuncia de responsabilidad legal y aburrirnos con su perorata de las posibles repercusiones que conlleva una anestesia epidural, inyectó a mi mujer. Pese a mi escepticismo la eficacia del hombre me sorprendió. Le basto solo un pinchazo exacto para colocar la manguera por donde suministraría la droga. Una vez terminó de conectar todo lo necesario y la anestesia comenzó a fluir, el efecto fue casi inmediato. A los 15 minutos la futura madre por fin descansaba. Sin embargo, la noche transcurrió lenta. Antes de la anestesia, ayudar a ir al baño a Kathleen era sencillo, pero ahora que no sentía sus piernas era necesario asistirla prácticamente en todo momento. Cuando no estaba en esas peripecias, el sueño me vencía y trataba de dormitar, pero pronto había que volver al auxilio. Y de esa forma, los minutos fueron escurriéndose lentos, hasta el amanecer.
Temprano por la mañana, quizá al rededor de las seis, desperté. Esos sí, muy cansado y con más sueño que ánimo. A mi el dormir poco nunca me ha hecho bien; por el contrario, me mata. Kathleen seguía sin dilatar lo suficiente, así que la enfermera aumentó la cantidad de pitusina buscando darle celeridad al asunto. Pero no fue sino hasta pasado el medio día que Kathleen comenzó a dilatar considerablemente, por lo que el doctor, quien había estado minutos antes con nosotros, supuso que era cuestión de un par de horas más. Bueno, supuso mal. Eran las cuatro de la tarde y las cosas seguían más o menos igual que horas antes. Yo había creído en las palabras del hombre y llamé a mis suegros para notificarles que en un par de horas más la bebé nacería. Después de rato entró una enfermera para aumentar la dosis de pitusina. Esta vez el efecto fue inmediato: en cuestión de minutos las contracciones se volvieron más fuertes e intensas. Desde ese momento, todo comenzó a acelerarse de manera vertiginosa.
La expectación crecía considerablemente. Ya para las cinco de la tarde Kathleen comenzaba a pujar en serio y el doctor que no llegaba. Mi cuñada estaba al lado derecho de Kathleen y yo al izquierdo. Tratábamos de motivarla y darle ánimos. Y al parecer nuestras palabras surtían efecto: ahora Kathleen pujaba por 15 o 20 segundos y luego descansaba por espacio de un minuto para luego recomenzar. Después de un rato Kathleen sudaba copiosamente y comenzaba a fatigarse. Pero habíamos hecho progreso: la cabecita de la bebe se dejaba ver. Yo cada vez más nervioso buscaba al doctor que no aparecía por ningún lado mientras que mi mujer seguía pujando cada vez con menos fuerza. De pronto, el doctor, como por arte de magia, apareció no sé de donde junto con dos enfermeras, y con una velocidad impresionante, instalaron todo el instrumental. Desde que entró al cuarto el doctor no había pronunciado ni una sola palabra, pero cuando finalmente habló, le dijo a Kathleen que diera un último pujido, uno grande, el más grande de todos y que con ese sacaba a la bebé. En se momento entró mi suegro. Yo estaba nervioso como nunca antes lo estuve. Mis ojos se debatían entre el rostro en agonía de mi mujer y las maniobras del doctor. Venga, el último pujido y la sacamos, le decía el doctor. Kathleen entregaba todo lo que tenía. De pronto, el doctor, con sangre fría y maestría perfecta, hizo un ligero corte para sacar la cabeza de la bebé. Yo temblaba, había sangre por todos lados, pero veía que mi bebé comenzaba a salir, que seguía saliendo, y que finalmente salía por completo. Era larga, hermosa; era nuestra. El doctor la tomó en sus manos y cortó el cordón. Volteé a ver a Kathleen que respiraba aliviada. Al igual que yo, lloraba. Y ese llanto mio iba acompañado de algo que no sé bien como describir, pero que invadía todo mi ser y me hacia sentir vulnerable e inmensamente feliz porque por fin había nacido Natalie, mi preciosa bebé.