lunes, 31 de diciembre de 2012

50 libros en un año, 2012

A unas horas de que comience -por lo menos aquí-el 2013, escribo esta entrada con la lista de los 50 libros que logré leer en el 2012, lo cual significa que cumplí, por fin, mi propósito fijado a principios del año. Estuve pensando si volver a retomar el reto o tratar de ir más allá y fijarme algo más ambicioso; pensé, por ejemplo, que podría-o que puedo-llegar a leer 75 o inclusive 100 libros en un año, pero francamente lo veo un tanto difícil. Así que queda el mismo reto para este nuevo año con la salvedad de que trataré de esforzarme para leer al menos 60 libros esta vez.

En cuanto a los libros que lei este año, puedo decir que inclui algo de poesía, bastante novela negra-casi el 20% de mis lecturas-, mucho cuento y, por supuesto, nuevos autores con temas variados que fueron desde poesía hasta obras de teatro. 


Por otro lado Onetti sigue siendo un indiscutible favorito y ya estoy armando mi colección personal de sus libros; Paco Taibo II fue un gran descubrimiento; releí Ficciones y esta vez quedé fascinado con el libro, y lo mismo sucedió con La invención de Morel, de Bioy Casares y también terminé de leer todas sus novelas; leí, como ya escribí, nuevos autores y algunos me gustaron mucho: Élmer Mendoza, Antonio Skármeta, Silvina Ocampo, Ricardo Piglia. La verdad que fue un gran año.


Para este nuevo 2013 ya tengo mi tarea: saqué 15 libros de la biblioteca donde mayormente predomina la novela negra latinoamericana; después, atacaré los libros que siguen esperándome sobre el librero que ya son cerca de 40 (y sigo comprando). Hay muchos libros y autores importantes que no he leido y que me gustaría incluir para el próximo año, por ejemplo: El quijote, Rayuela, James Joyce, Proust, Fulkner. En fin, ya veré como se va acomodando el nuevo año de lecturas.


Y como siempre, los libros que más me gustaron están en negritas. 


Pero nada, feliz año y a leer más y mejor.



 1 La vida breve, Juan Carlos Onetti (Mi libro favorito de todo el año)
2 Jorge Luis Borges, Una invitación a su lectura, José Emilio Pacheco
3 Aura, Carlos Fuentes
4 Kafka en la orilla, Haruki Murakami
5 Edipo Rey, Sófocles
6 Ensayo de un crimen, Rodolfo Usigli
7 Bola de sebo y otros relatos, Guy de Maupassant

8 Juegos de la imaginación, Marco Tulio Aguilera Garramuño
9 El pollo que no quiso ser gallo, Marco Tulio Aguilera Garramuño
10 Ficciones, Jorge Luis Borges
11 La ladrona de libros, Markus Zusak
12 Cuando ya no importe, Juan Carlos Onetti 
13 La princesa de hielo, Camilla Lackberg
14 El astillero, Juan Carlos Onetti
15 Dias de combate, Paco Ignacio Taibo II
16 La invención de Morel, Adolfo Bioy Casares
17 Cosa fácil, Paco Ignacio Taibo II
18 Los mejores cuentos policiales de Manuel Peyrou, Manuel Peyrou
19 Memorial del convento, José Saramago
20 No pasó nada, Antonio Skármeta
21 Cuatro manos, Paco Ignacio Taibo II
22 24 Poetas latinoamericanos, Francisco Serrano (Antólogo)
23 Gracias por el fuego, Mario Benedetti
24 Los días del arcoíris, Antonio Skármeta
25 Escribir poesía, Ariel Rivadeneira
26 El ruido de las cosas al caer,  Juan Gabriel Vásquez
27 Cómo leer y escribir poesía, Hugo Hiriart
28 Waiting for Godot, Samuel Beckett
29 El héroe de las mujeres, Adolfo Bioy Casares
30 Cien haikus, Masaoka Shiki
31 Cuentos breves y extraordinarios,   JLB y ABC (Antología)
32 El túnel, Ernesto Sabato
33 Los tigres de Malasia, Emilio Salgari
34 Cómo se escribe Poesía, Silvia Adela Kohan
35 El sueño de los héroes, Adolfo Bioy Casares
36 La aventura de un fotógrafo en la Plata, Adolfo Bioy Casares
37 Plan de evasión, Adolfo Bioy Casares
38 Las batallas del desierto, José Emilio Pacheco
39 Los oficios terrestres,  Rodolfo Walsh
40 Confabulario, Juan José Arreola
41 Los que aman, odian, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
42 El complot Mongol, Rafael Bernal
43 El beso de la mujer araña, Manuel Puig
44 Los mejores cuentos policiacos mexicanos, María Elvira Bermudez
45 El camino, Miguel Delibes
46 Balas de plata, Élmer Mendoza
47 La prueba del ácido, Élmer Mendoza
48 El pozo, Juan Carlos Onetti
49 La vida misma, Paco Taibo II
50 Plata quemada, Ricardo Piglia

martes, 11 de diciembre de 2012

Edgar "El zurdo" Mendieta


¡Oh, género negro mexicano, casi inexistente! Casi, pero no inexistente. Prueba de ello son las novelas que he estado leyendo: Ensayo de un crimen, de Rodolfo Usigli; Días de Combate, Cosa fácil, y Cuatro manos, de Paco Taibo II; y el El complot Mongol, de Rafael Bernal. Y a esta casi inexistente lista se suman dos más: Balas de plata y La prueba del ácido, las dos de Élmer Mendoza. Aunque sé que hay más libros, mi lista se limita a lo que he leído. ¡Pero la ampliaré!

Así que, debido a que últimamente me ha dado por explorar el género negro latinoamericano, y a que leí por ahí que las dos novelas de Mendoza eran bastante buenas, y a que me gusta conocer nuevos escritores, me aventuré a buscar Balas de plata y La prueba del ácido. Y para mi buena suerte, ambos libros estaban en la biblioteca ¡yeeii!

Pues bien, "El zurdo" Mendieta es el protagonista en ambas historias. El tipo es un judicial que nunca se casó, con conflictos internos (nada nuevo aquí), y que hasta cierto punto tiene una especie de código de ética o moral, ya que no se vende a nadie. Conforme avancé en la lectura, no pude evitar pensar en Belascoarán Shyne. Ambos, El zurdo y Shyne, son una especie de héroes urbanos-por ponerlo de algún modo-, tipos extraños que no saben a ciencia cierta por qué se dedican a lo que se dedican (Shyne era Ingeniero; el Zurdo, si mal no recuerdo, estudio Letras), pero que tratan de hacer las cosas bien y acabar con los malos. Otra similitud entré ambos personajes sería que Mendoza esta tratando de hacer lo que Paco Taibo hizo con  Belascoarán, es decir, crear una saga. Y de hecho, el  más reciente libro que publicó Mendoza,  Nombre de perro, es otra historia más del Zurdo Mendieta, que por cierto estará en lista de espera para el 2013 sí y solo sí lo compran los de la biblioteca.

El ambiente en los dos libros de Mendoza es muy similar: un crimen o crímenes que resolver, narcos  que controlan la ciudad y que tienen lazos con las altas esperas del poder; mujeres de quienes El zurdo cree estar enamorado; personajes y lenguaje bastante coloquiales. Conforme las lecturas avanzan, se van descubriendo nuevas pistas para la resolución del crimen que, a decir verdad, no genera tanta expectativa o al menos no la que debería. Mi opinión es que lo interesante de las historias, lejos del planteamiento del problema y su resolución, es la forma como son contadas, la bola de nombres y personajes que aparecen y desaparecen, y la velocidad que el autor le imprime a los diálogos y a la historia misma.

Una cosa interesante respecto a los diálogos y la voz del narrador es que son lineales. No hay una clara puntuación que los diferencie y esto en un principio puede desconcertar un poco. Pero si se ha leído a Saramago, entonces no habrá problemas. Son libros relativamente cortos, de fácil y rápida lectura, y eso sí, bastante entretenidos.

Ahora mismo tengo en mis manos La vida misma, de Paco Taibo II, que si bien no esta resultando estupenda, es bastante entretenida y me ha hecho reir; ese Paco Taibo sí que es ameno.
¡Ah!, y vienen como 16 libros más en camino, y casi todos de género negro latinoamericano. Así que tendré bastante material en las siguientes semanas.

A leer más y mejor.

lunes, 25 de junio de 2012

Memorial del convento



Memorial del convento, novena obra que leo de Saramago, resultó no tener final feliz, pero sí muy conmovedor. Esta novela es, en teoría, una historia de amor. Pero si ese es el caso, me quedo con Todos los nombres que es mucho más evocadora y profunda. Pero el libro del que vengo hablando, Memorial del convento, narra las peripecias por las que tiene que pasar el pueblo portugués para llevar a cabo una promesa de construcción del más grande convento del mundo. Promesa hecha por el rey y de la que solo fue participe mediante la concepción de la empresa, así, sin más, sin levantar un solo ladrillo.  La novela también cuenta de una passarola llena de voluntades, de un hombre y una mujer que ayudaron a construirla, de un músico extranjero que toca el clavicordio y que en determinado momento sus notas ayudan a sanar a la mujer que por algún extraño mal cae enferma; asimismo,  se habla de un cura loco que quería volar y que voló; se narran las injusticias que sufren los pobres;  contrasta la mucha pompa y riqueza de la realeza, con la miseria y podredumbre en que vive el resto del país.  
Diría yo, que es una obra de muchas cosas y de ninguna. No puedo decir que no me gustó porque realmente sí me gustó, un poco, quizá.  Pero en fin, a Saramago hay que leerlo, siempre se aprende algo a pesar de sus constantes agravios contra Dios, allá él.
A leer más  y mejor.

jueves, 21 de junio de 2012

Los mejores cuentos policiacos de Manuel Peyrou



Y como sigo con la temática del género negro, anoche terminé de leer Los mejores cuentos policiacos de Manuel Peyrou. La antología incluye, además de una introducción al autor y su obra, 10 cuentos. De los 10, cinco me parecieron muy buenos: La espada dormida, Julieta y el Mago, La Delfina, El matador y El árbol de Judas; de hecho, los dos primeros ya los había leído en otras antologías.

Peyrou con un lenguaje sencillo propone, al principio o durante la trama de libro y un poco a la manera inglesa, un enigma y al final del relato ofrece la resolución de este. Por supuesto, que el desenlace siempre es inesperado y solventado con una muy buena lógica. La verdad que me ha gustado Peyrou, bien por él y sus relatos, y bien por mí :).

A leer más y mejor.

viernes, 15 de junio de 2012

Héctor Belascoarán Shyne

Parece mentira que tenga casi 3 meses sin escribir en este intento de blog. Cada vez que me hago el compromiso de publicar algo semanalmente, por x o y, fallo. Y es que eso de ser disciplinado no se me da muy bien, la verdad. En fin, aprovecharé está subida de ánimo y hablaré un poco de un par de lecturas que hace poco terminé. Se trata de Días de Combate y Cosa Fácil, los primeros dos libros de la saga del detective mexicano Héctor Belascoarán Shyne, creación de Paco Taibo II.

El género negro me resulta particularmente interesante. A veces por el misterio del crimen y su resolución; otras, por el suspenso de la trama; pero pocas veces me resulta entrañable el personaje. Y tal ha sido el caso de Belascoarán Shyne.

Al parecer la saga completa del detective mexicano consta de diez libros, que en este momento ignoro si los leeré todos o no, pero al menos los dos primeros me engancharon y resultaron bastante entretenidos. En la serie de Belascoarán, Paco Taibo II rompe el típico estereotipo de detective intuitivo, sagaz y metódico,  por el de un tipo que obtuvo su certificado de detective por correspondencia, que lleva sus anotaciones en un viejo periódico que sirve de libreta de apuntes comunitaria (el detective comparte su oficina primero con un plomero; luego, con un experto en drenaje profundo y un tapicero), que casi no duerme, y que, eso sí, resulta muy humano. Belascoarán Shyne no sabe a ciencia cierta por qué es que decide dejar su carrera como ingeniero para dedicarse a resolver misterios. Y quizá ese factor de incertidumbre es lo que lo motiva a buscar el porqué de lo que hace.

En el primer libro, Días de combate, Paco Taibo introduce a un detective poco convencional. Lo sitúa en la Ciudad de México, relata un poco su historia y da a conocer a algunos de los personajes que continuarán en la saga. En este primer libro el detective se da a la tarea de cazar a un estrangulador que anda por ahí asesinando mujeres. El crimen y su resolución son menos interesantes que el surgimiento de Belascoarán como detective, pero aun y con eso es un libro bastante entretenido y legible.

En Cosa fácil, el segundo libro de la saga, Belascoarán deberá resolver tres problemas simultáneamente: la búsqueda  de un personaje histórico que se creía estaba muerto,  el asesinato de  ejecutivo de una fábrica que está siendo amenazada por una huelga, y, por último, el supuesto rapto de la hija de una meretriz.  Aquí Paco Taibo añade un par de personajes más a la ya concurrida oficina del detective, y con ello un poco de buen humor.

Por último, quiero añadir que el estilo del autor es bastante bueno. A lo largo de la historia el personaje central reflexiona de manera interesante sobre varios asuntos que a él le atañen, pero lo hace de tal forma que no se pierde el hilo de la historia, sino más bien aporta a esta.

Ahí está, pues, un poco de Belascoarán Shyne, lecturas totalmente recomendables para quién se apunte.

A leer más y mejor.


Never let me go

Curiosamente, Never let me go es el título de una película de Fox Searchlight que salió hace unos meses (por cierto muy buena) , pero también así se titula mi canción favorita de Bill Evans. En mi opinión ambas son excelentes, pero es de la melodía de Evans de la que quiero hablar o, más bien, escribir.

Prevengo que mis conocimientos musicales son mas bien pobres, por lo que no pretendo dilucidar sobre las razones técnicas que hacen de Never let me go una excelente canción. Esto es más bien un intento de presentar esta pieza de 14 y pico de minutos de duración y que es, en mi opinión, una de las mejores interpretaciones de jazz en el piano.

Si de un escrito se dice que las primeras lineas son fundamentales para atrapar al lector, de la canción de Evans (transportando el argumento al plano musical) no se podría decir otra cosa que eso, que desde sus primeros acordes cautiva al oyente.

El comienzo de la pieza es lento,
dramático, evocador. Conforme la ejecución avanza, Evans va urdiendo una historia armoniosa ora lenta, ora vertiginosa para luego continuar con una serie de escalas que explotan en imágenes de sonido vivo, colorido, y bien pensado. A poco más de la mitad, el ritmo parece disminuir, pero más bien es un respiro para lo que luego ha de venir: la argumentación central de la pieza. Y es justamente aquí cuando se revela la genialidad de Evans, que pasa de lo simple a lo complejo con un simple movimiento, que juega subiendo y bajando la intensidad de la ejecución a voluntad con un dominio magistral del piano. El final no podría ser mejor: es un colofón melancólico que viene a cerrar de manera extraordinaria la aventura musical que, en cuanto termina, se querra volver a tocar de inmediato.


He aquí la canción:


Never Let Me Go by Bill Evans on Grooveshark

viernes, 23 de marzo de 2012

Los cuidados de un jardín



Ya que hasta hace poco nunca había sabido lo que era cuidar un jardín, este texto no pretende ser una guía de cómo se debe cuidar
uno. Más bien (ahora que sé el trabajo que conlleva), es como una leve vislumbre informal de algunas de las cosas que implica la jardinería. Puedo decir que no es cosa fácil, pero de alguna forma el esfuerzo invertido es gratificante.

De niño algunas veces ayudé a mi abuelo (a él debo mis precarios conocimientos del uso del serrucho) a podar el césped o a cortar alguna rama; inclusive me tocó desherbar algún terreno. Mas siempre fue algo mínimo y que hacía muy de vez en cuando; nunca fue una tarea que tuviera a mi cargo de manera constante. Y tal vez por eso, no lo consideraba como trabajo y era más bien como una diversión. Pero desde hace un par de meses las cosas han cambiado. Ahora vivo en una casa con jardín que necesita constantes cuidados para verse bien.

En un principio pensé que sería cuestión de cortar el césped unas dos veces al mes y listo. Pero lo que no sabía es que el clima californiano favorece el crecimiento de toda clase de fauna. Y si esto es aquí, en cualquier otro sitio puede pasar igual. Así que tuve que multiplicar por dos la frecuencia de las podadas. Ah, y además están las flores y los árboles que exigen su cuota de atención. Y ni qué decir de la maleza que crece por todos lados y que es necesario arrancar constantemente, o de las plantas del vecino que a pesar de la malla se las ingenian para invadir. ¡Yo las maldigo!

Definitivamente cuando me mudé no estaba preparado para enfrentar el trabajo que implica mantener un jardín. Claro, siempre está la opción de contratar un jardinero, pero eso significa gastar dinero que, para ser sincero, preferiría emplear de otra forma. Así que el trabajo mayormente ha recaído sobre mí.

Por lo tanto, para poder hacer frente a la tarea que indefectiblemente semana a semana me espera, he tenido que ir haciéndome poco a poco con herramientas. Ahora los guantes, la pala, el pico, la cuchara, las tijeras y el rastrillo son mis aliados en la batalla dominical. A veces salimos bien librados; otras, el sol y los elementos nos derrotan. Pero sea como fuere, al final de la jornada, encuentro que por alguna razón, quizá por la consecución de haber realizado una mejora que a simple vista se puede apreciar, experimento una sensación agradable, confortante.

Esto de la jardinería no va a ser fácil ni espero que lo sea, pero estoy seguro de que con el tiempo aprenderé alguno que otro truco. Y así, cuando llegue la hora de la calzarme los guantes y tomar el rastrillo, la balanza se nivelará cada vez más a mi favor.

lunes, 19 de marzo de 2012

Sueños atrapados o la historia de alguien más

Sueños atrapados o la historia de alguien más


Hoy decidí salir después de las doce de la noche. En cuanto desperté esta mañana vino a mí la idea de eliminar mi habitual recorrido nocturno, lo que significaría quedarme en casa una hora más. El porqué de esta decisión aun no lo sé. Quizá simplemente quería evitar mi acostumbrado trayecto; quizá el acto de retrasar mi salida se derive de que hace poco más de dos meses que falleció papá y hasta ahora he comenzado a extrañarlo. Quiero suponer que estando un poco más en casa puedo ayudarme a pensar en él.

No creo preciso atribuir el termino negación a este reaccionar retardado que he tenido ante la muerte de mi padre. Más bien, creo que estaba tan habituada a ver su figura pausada recorriendo las habitaciones de casa en busca de no sé qué cosa, o a contemplarlo sentado por las tardes mientras se deleitaba viendo una puesta de sol, o a estudiar sus manos trabajando con fervor en sus plantas y flores sembradas en improvisados tiestos que mantenía en la azotea, que simplemente era como si estuviera aquí. Pero ahora me he dado cuenta de que ya no hay manos que escarden macetas ni ojos que contemplen atardeceres desde esa mecedora que ha ido guardando polvo ni pasos que caminen con inútil afán.

Aun me quedan 15 minutos antes de salir a cubrir mi turno en la fábrica y de alguna forma creo que estoy cumpliendo mi propósito de pensar en papá. Es lo menos que puedo hacer por quien siempre me apoyó en todo. Fue él quien me motivó a tomar el empleo de guardia de seguridad en al fábrica. Quizá previó que aunque mi aspecto grotesco y mi figura desmesurada no fueran atractivos para el dueño, ello no evitaría mi contratación, pues mi trabajo sería nocturno, y a nadie ofendería con mi repulsiva presencia. Por lo menos allí estaría a salvo de cualquier grosería; y, aún, más importante, que tendría una manera de ganarme la vida. El trabajo no me incomoda en lo más mínimo, sino por el contrario, me es de lo más fácil, perfecto para mí. A nadie se le ocurriría ir a meterse a un edificio escondido en un barrio sórdido y casi olvidado. Y en todo caso, estoy segura que el perro enorme que trajo el dueño disuadiría cualquier intento de intrusión.

Es cierto que en la fábrica las noches discurren lentas, y que en un principio el sueño me vencía, pero todo eso lo he superado. Cada día perfecciono más y más mi vigilia. Y dado que la fábrica no es muy grande, logró hacer las rondas en poco tiempo. Luego, me siento en la caseta de guardia donde me aplico de lleno a leer cuentos fantásticos o novelas policiacas, mis géneros favoritos. En ocasiones, tal parece que el barrio y la fábrica se asociaran tácitamente para hundirlo todo en un mutismo que me da oportunidad de sumergirme por completo en mis lecturas. Cuando eso sucede, logro una concentración total de forma que yo soy un uno más de los personajes de las obras que leo y sus circunstancias son las mías: yo soy aquella mujer que urde un crimen perfecto para vengar a su padre, aquel espía que necesita comunicar un mensaje y encuentra la forma de hacerlo asesinando, aquel hombre que se enamora de una desconocida por haber leído su certificado de nacimiento.

Mi pasión por los libros se la debo a papá. A él, que siempre fue un soñador y que a través de sus historias y cuentos me hizo soñar sus sueños. A él, que luego me enseñó que leyendo yo sería capaz de crear mis propias fantasías y que podía guardarlas como intimidades en un pequeño bargueño imaginario hecho a la medida de mi memoria. Y he descubierto que cada vez más puedo echar a andar a mi desaforada imaginación. Porque cuando salgo por la noche para ir a la fábrica, y con parsimonia hago mi habitual recorrido por esas calles a media luz, veo enamorados trenzados en besos que sobrepasan los límites de la decencia, o escucho alguna criatura nocturna elevar lamentos, puedo crear eventos o variaciones de un evento, y entonces me sé dueña y creadora de mis historias. Lo único y cierto que quizá yo posea.

Mamá ya duerme o finge dormir. Me despido de mi bargueño real donde guardo mis pequeños tesoros femeninos. Adornos que nunca me permitiría usar por ser cómo soy. Aunque, tal vez, algún día me tome el atrevimiento de llevar un moño discreto o una pulserita. Pero en cuanto lo pienso, desecho de mi mente esas posibilidades, que por ser tangibles, me son abominables. Decido, por fin, tomar la ruta más rápida para llegar a la fábrica. En menos de diez minutos me presentaré para cubrir mi turno. Daré mi ronda; luego, me sumergiré a soñar en las páginas de algún libro.

Mientras camino, la oscuridad absorbe el ruido de mis pisadas. Un vientecillo frío surge de pronto para acariciar mi rostro, como un consuelo premeditado. Excepto por mí, no hay nadie en las calles. Avanzo sin prisas, nunca he sabido tener prisa, y pienso en cómo serán las cosas de ahora en adelante, sin papá, sin su consejo y su protección. Y a medida que reflexiono en ello voy comprendiendo que tal vez ya esté lista para vivir sin él; tal vez, solo tal vez.

Al doblar la esquina luces rojas y azules que centellan por doquier me sacan de mis cavilaciones; veo agentes de policía yendo de aquí para allá; me aproximo al portón de la entrada y un oficial me de tiene; me identifico, le hago saber que yo trabajo allí, pero dice que no, que por hoy no. Se ha cometido un crimen. Alguien, tal vez una obrera, ultimo al dueño de la fábrica. La fantasía se impuso sobre la realidad. Mis sueños, mi certezas quedarán atrapados en los libros que deje sobre el escritorio dentro de la caseta de guardia.

martes, 13 de marzo de 2012

El bosque más hermoso del mundo

Hará de esto un par de años, pero lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Mientras iba sumergido en mis pensamientos, manejaba a lo largo de una zona montañosa, casi desierta por donde nunca antes había pasado. De pronto, mi hija pegó un grito. En un principio temí que le hubiera ocurrido algo, pero más bien había gritado de emoción al reconocer el nombre del lugar referido por mi padre en una de las historias que solía contarnos.

El viejo nos relató que alguna vez allí se alzó el bosque más hermoso del mundo, de árboles fragantes y flores enormes, donde la flora y la fauna eran íntimos amigos. Con tristeza en sus ojos, también dijo que debido a la avaricia siempre creciente del hombre, al poco tiempo el bosque se vio reducido a nada: sus árboles fueron talados y sus animales perseguidos. Pero como quien sabía contar cuentos, con un guiño para mi hija terminó diciendo que si alguna vez alguien deseaba ver el bosque como antes fue, bastaba con desearlo muy fuerte con corazón sincero.

Casi al salir de aquella zona, mi hija miraba cautivada a través de la ventanilla mientras un olor exquisito lo inundaba todo.

martes, 6 de marzo de 2012

El peso exacto

Abrí la puerta de la habitación y lo primero que noté fue una figura inclinada que hacía oscilaciones de manos sobre un cuerpo que yacía a un costado de la cama. En un principio, me costó reconocer de quién se trataba por la poca luz que reinaba en aquel lugar, pero conforme mis ojos se acostumbraban a la penumbra, vi que aquellos ademanes pausados no podrían ser de otro sino de mi compañero, Horacio Ruvalcaba, que no se inmutó en lo más mínimo con mi llegada.

Cuando Ruvalcaba comenzaba con su consabido ritual de investigación, se abstraía y se olvidaba por completo de otra cosa que no fuera la escena del crimen. Y para ello se valía de gesticulaciones y movimientos que, francamente, la primera vez que los vi se me antojaron un poco melindrosos, especialmente para un doctor en medicina forense.

Pero de alguna forma, después tanto malabar y concentración, obtenía resultados que nos permitían perseguir una pista concreta. A veces las revelaciones provenían de algo tan insignificante como la posición de algún objeto, o inclusive un olor raro que detectara en el aire. Ruvalcaba no dejaba nada sin estudiar porque, según decía, necesitaba saber con qué elementos contaba. "Un adecuado planteamiento del problema, es el primer paso para resolverlo". Me repetía constantemente mi compañero a modo de máxima, quién siendo un estudioso de las ciencias naturales y las matemáticas, sostenía que cualquier problema que tuviera solución, por oscura y remota que ésta fuera, podía resolverse si se hacía el planteamiento correcto. La primera vez que le escuche decir esto creí que era lo suyo más bien era una pretensión de erudito, pero probó con hechos fehacientes lo contrario ya que en más de una ocasión sus deducciones nos ayudaron a resolver el caso.

Nos habían mandado llamar de urgencia porque, supuestamente, se trataba de un caso especial. Y en efecto, lo era. El occiso era Petroni, un rico industrial de quién se sospechaba tenía tratos con la mafia. Era uno de esos hombres que se decían intocables, o al menos hasta horas antes.
Mientras Ruvalcaba seguía examinando la escena del crimen con minuciosidad de joyero. Yo, por mi parte, me di a la tarea de interrogar a los pocos testigos que había en el hotel. No me sorprendí con el hecho de que todas las versiones coincidieran: nadie había visto nada. Típica respuesta en un caso como este y que me dejaba con poco menos que nada para investigar.

Según Ruvalcaba, el asesinato había sido cometido tres horas antes, es decir cerca de las 9 de la mañana. El cuerpo de Petroni estaba boca arriba, completamente vestido y con dos impactos de bala en el pecho. Pero en aquella escena había algo curioso, un detalle que de alguna forma me inquieto. La mano derecha de Petroni aun empuñaba firmemente una Sig Sauer escuadra, un arma que rara vez había visto, y que según me explicó Ruvalcaba era la predilecta de los oficiales de alto rango de la Guardia Suiza. Le comente con sorna a mi compañero que quizá Petroni se consideraba a sí mismo como una especie de comandante o algo por el estilo, pero Ruvalcaba, ante mi comentario, se limitó a hacer una mueca cuya intención no pude definir muy bien y siguió estudiando la escena. De cualquier forma, lo raro no era el arma, sino el hecho de que cuando la removimos de su mano el cargador estaba vació y ni un solo disparo había sido hecho. En el lugar no se encontró algún otro indicio de violencia, lo cual significaba que Petroni no se defendió, o más bien, que no pudo hacerlo aunque hubiera querido.

Era obvio que al hombre lo había asesinado un profesional; los dos tiros certeros en el corazón hablaban por sí mismos. Ahora la pregunta era: ¿quién se había atrevido a asesinar a un hombre como aquel? Es cierto que Petroni tenía no pocos enemigos, pero cargarse a un capo peligroso como él no era cosa fácil. Todo mundo sabía que a Petroni le gustaba vivir la vida sin mesura y más bien con excesos de todo tipo. Constantemente se le veía involucrado en toda clase de noticias, tanto de política como de faldas. De hecho, recuerdo que días antes leí una nota en el periódico donde al capo se le ligaba con una mujer casada, al parecer esposa de un socio de Petroni. Le comenté este incidente a Ruvalcaba que sólo se limito a asentir.

Deje que mi compañero terminara sus anotaciones mientras yo me dirija al cuarto de vídeo. Tenía confianza que las grabaciones mostrarían a quiénes hubieran entrado y salido de la habitación, o al menos estado cerca. En vano revisamos los vídeos de las ocho cámaras de seguridad de todo aquel día. Casi para terminar el último vídeo, entró Ruvalcaba. En su mano sostenía una bolsa de plástico con un objeto de vidrio dentro. Era uno de los vasos que estaban en la habitación junto con algunas botellas vacías. Ruvalcaba me dijo que aun se podía percibir un ligero olor a éter en el interior del vaso. Sabiendo que se le escapaba algo, mi compañero revisó cada resquicio de la habitación y encontró que la tapa de la ventilación había sido recientemente movida. Al quitarla, encontró que conectaba con la habitación contigua, y que través del ducto fácilmente podía colarse una persona. Pero los vídeos de ese día no mostraban a nadie. A menos que... Sentí una corazonada y pedí las grabaciones de la semana completa. El vídeo de dos días atrás, mostraba al socio de Petroni en silla de ruedas junto con otro hombre que lo empujaba. Ambos entraron en la habitación donde se cometió el asesinato, pero solo el socio salió horas después. Ahora quedaba todo más o menos claro. Había ciertos detalles que faltaba conocer, pero que conoceríamos, al menos en teoría, más tarde.

Arrestamos al socio de Petroni y, una vez en al comisaría, sostuvo que él no había matado a Petroni, pero ante la evidencia contundente, acepto que lo había dispuesto todo para que el hombre que iba con él lo hiciera. El asesino había sido enviado por uno de los enemigos de Petroni con quién el socio se había confabulado días antes. Quizá temiendo una represaría, el socio se negó a seguir hablando; sin embargo, ya había dicho lo suficiente para resolver el caso. Durante el interrogatorio había estado jugando con una par de monedas en sus manos, cosa que primero adjudique al nerviosismo y no lo tome importancia. Pero luego, al ver la rapidez con que el hombre las hacia desaparecer entre una y otro manos, lo observe detenidamente. Cuando salimos del interrogatorio noté una leve mueca en su rostro y una especie de brillo en su mirada. Parecía meditar en algo, parecía estar satisfecho.

Sabía que teníamos el caso en el bolsillo, pero aun con eso, me sentía molesto por no conocer todos los detalles del crimen. Le comenté a Ruvalcaba que yo no creía que el móvil del asesinato hubieran sido los celos, sentía que algo faltaba. Ruvalcaba, después de cavilar un rato, me planteó su teoría. Una vez la hube escuchado, me di cuenta que las cosas no pudieron haber sido de otra forma.

"El motivo del crimen fue venganza, pero no por las razones que hasta entonces habíamos supuesto. Era cierto que el socio de Petroni, después de comprobar los rumores que sugerían que su esposa estaba involucrada con su socio, decido tomar cartas en el asunto. Durante el interrogatorio el hombre dejó ver un carácter altanero, pero en el fondo no era otra cosa que una fachada para ocultar una especie de rabia que pugnaba por salir. Era sabido por todo el mundo del servilismo que demostraba ante Petroni, y quizá el asunto con su mujer fue el detonante que lo impelió a cometer el crimen. Pero él estaba consiente de sus propias limitaciones. Además de su condición de invalidó, nunca había usado un arma, por lo que no era rival para Petroni. Probablemente lo pensó por algunos días, pero al final se decidió a contactar a uno de los enemigos de Petroni a quien propuso el plan para aniquilar a su socio. La única condición era que el otro proporcionara al asesino, un hombre que no fuera a fallar. El socio de Petroni se encargaría de disponer de todo, de tal forma que el ejecutor, llegada la hora, no tuviera más que jalar el gatillo. Sabía que Petroni era un hombre violento y que todo el tiempo iba armado. Conocía además el tipo de arma que portaba. Ahora el truco consistía en abrir una ventana de tiempo para hacer algo que minutos antes había estado haciendo con habilidad: escamotear monedas. Soló que ahora serían cargadores y no monedas, y además tendría que vaciar el anestésico en la bebida de Petroni. El socio sabía de los excesos a los que Petroni estaba acostumbrado, sabía que no rechazaría una proposición para el desenfreno, un regalo como los que solía darle. Quizá, con las copas de más que se bebiera Petroni, el socio pudo encontrar el momento justo para introducir la droga. Pero, ¿por qué no matarlo él mismo? Siendo el hombre apocado que era, y temiendo a Petroni como lo temía, el socio no se atrevería a cometer el crimen por su propia mano; por esas razones busco ayuda. Y por último, el mismo era un ser despiadado y gozaría más con imaginar la sorpresa de Petroni cuando éste, al intentar defenderse, al sacar su arma y notar la falta de peso en su mano, supiera que había sido traicionado".






miércoles, 29 de febrero de 2012

La mejor experiencia de mi vida

Hay experiencias que por intrascendentes son efímeras y se esfuman rápido de mi memoria. Pero las hay también extraordinarias y quedan guardadas, allí, dentro. Quiero pensar que estas últimas no se irán, al menos no en el corto plazo porque de ellas dependo. Pero de entre todas, hay una que me marcó. Y no solo me marcó, sino que vino a sacudirme y mostrarme que hay fibras delicadas que únicamente pueden ser tocadas con uno de esos instrumentos que la vida tiene reservados para ocasiones memorables.

A pesar de que ya había pasado un día desde que se cumplió la fecha límite, esa visita que hacíamos al doctor era más bien de rutina, soló para saber qué habría de seguir en los días siguientes. Mientras la doctora comenzaba a examinar a Kathleen, mi esposa, nos decía que todo estaba bien y no teníamos que preocuparnos. Pero no bien hubo terminado de decir esas palabras, cuando nos miro seria y nos dijo que teníamos que partir inmediatamente hacia el hospital. El nivel de líquido amniótico había bajado considerablemente y era necesario inducir el parto o la bebé se pondría en riesgo. Dado de la inminencia del evento, consideré no pasar al departamento a buscar las maletas que, por suerte, ya teníamos listas desde hacía un par de semanas. Pero, como no tenía que desviarme mucho del trayecto, decidí ir. En menos de cinco minutos recogimos todo y salíamos con rumbo al hospital.

Eran aproximadamente las once de la mañana y sin embargo había tráfico. No me había sentido nervioso sino hasta que dejamos el apartamento. Así que para tratar de relajarme llevaba la música alta. Quizá por el mismo nerviosismo que sentía aumentar a cada segundo que transcurría, manejaba un poco más rápido de lo normal. Al tomar la salida que nos llevaría a nuestro destino note que había una larga fila, así que desaceleré considerablemente el auto hasta quedar casi detenido. En ese justo momento, por el retrovisor vi como un auto se aproximaba a gran velocidad hacía nosotros y no parecía que fuera a detenerse. Instintivamente pisé el acelerador y gire el volante a mi derecha buscando salir de la trayectoria del vehículo para evitar el golpe, pero fue inútil. Se escucho un fuerte chirrido proveniente del carro que se amarraba sobre el asfalto tratando de frenar a tiempo para no impactarnos. Unas fracciones de segundo después, sentimos un empujón que nos sacudió. Junto a mi nerviosismo se añadía un aturdimiento. Después que me hube cerciorado que todos estuviéramos bien, baje del auto. Había sido una carambola. El auto que nos impactó aparentemente había alcanzado a frenar, pero tras de este vino un jeep que lo arremetió con fuerza hacía adelante y este a su vez a nosotros. Gracias a Dios, no hubo heridos ni golpes. Y fuera de la defensa trasera abollada, mi auto no sufrió daños mayores. Les expliqué a los otros dos involucrados que tenía que llevar a mi mujer al hospital, pero que regresaría pronto para intercambiar información, y ellos accedieron. Por suerte el hospital estaba a escasas cuadras de donde ocurrió el choque, así que en menos de diez minutos ya estaba de regreso para hablar con la policía que para ese entonces ya estaba en el lugar. El asunto no demoró mucho y para cuando regresé al hospital, mi mujer ya había sido ingresada y estaba instalada su cuarto.

La habitación que nos asignaron era tan grande y bien decorada que daba más bien la impresión de ser un cuarto de hotel que de hospital. Tenía una ventana que abarcaba toda la pared del fondo por donde se filtraba la luz a través de las persianas; también tenía un televisor de buen tamaño montado en la pared, y junto a la cama donde Kathleen descansaba con varios aparatos conectados, estaba convenientemente colocado una especie de sofá pegado a la pared, justo debajo de la ventana. Previniendo las horas de espera que tenía por delante, antes de salir del apartamento me arme de un par de volúmenes de Sandman y un libro de cuentos de Borges. Además, tenía la computadora, por lo que podía navegar si así lo deseaba. Bueno, al menos ese era mi pensar. La realidad es que leí poco y navegue menos. Entre las idas al baño de mi esposa, las entradas y salidas de las enfermeras, idas y venidas mías a la cafetería o buscar algo al carro, y las películas que ofrecían por cable el tiempo transcurrió relativamente rápido.

A Kathleen la canalizaron desde el momento que la admitieron. Debido al bajo nivel de líquido amniótico desde un inicio comenzaron a suministrarle oxitocina (mejor conocida como pitusina) para acelerar el parto. Las primeras doce horas pasaron tranquilas, pero después de la media noche la cosa cambió. A pesar de que no Kathleen no había dilatado mucho, comenzó a experimentar contracciones un tanto dolorosas. Desde un principio habíamos decidido que sería parto natural, pero eso sí, con la ayuda de la famosa epidural. Así que, si queríamos que le aplicaran la inyección, era el momento de hacerlo.

Un par de horas después de solicitar a la enfermera en turno que llamara al anestesiólogo, vi entrar a un anciano con cara de malvado vestido con bata y sosteniendo un maletín. Por un momento pensé que se había equivocado de cuarto. Pero no, aquel hombre era quien habría de aliviar los dolores que hacían que mi mujer comenzará a quejarse en serio. Luego de leernos su renuncia de responsabilidad legal y aburrirnos con su perorata de las posibles repercusiones que conlleva una anestesia epidural, inyectó a mi mujer. Pese a mi escepticismo la eficacia del hombre me sorprendió. Le basto solo un pinchazo exacto para colocar la manguera por donde suministraría la droga. Una vez terminó de conectar todo lo necesario y la anestesia comenzó a fluir, el efecto fue casi inmediato. A los 15 minutos la futura madre por fin descansaba. Sin embargo, la noche transcurrió lenta. Antes de la anestesia, ayudar a ir al baño a Kathleen era sencillo, pero ahora que no sentía sus piernas era necesario asistirla prácticamente en todo momento. Cuando no estaba en esas peripecias, el sueño me vencía y trataba de dormitar, pero pronto había que volver al auxilio. Y de esa forma, los minutos fueron escurriéndose lentos, hasta el amanecer.

Temprano por la mañana, quizá al rededor de las seis, desperté. Esos sí, muy cansado y con más sueño que ánimo. A mi el dormir poco nunca me ha hecho bien; por el contrario, me mata. Kathleen seguía sin dilatar lo suficiente, así que la enfermera aumentó la cantidad de pitusina buscando darle celeridad al asunto. Pero no fue sino hasta pasado el medio día que Kathleen comenzó a dilatar considerablemente, por lo que el doctor, quien había estado minutos antes con nosotros, supuso que era cuestión de un par de horas más. Bueno, supuso mal. Eran las cuatro de la tarde y las cosas seguían más o menos igual que horas antes. Yo había creído en las palabras del hombre y llamé a mis suegros para notificarles que en un par de horas más la bebé nacería. Después de rato entró una enfermera para aumentar la dosis de pitusina. Esta vez el efecto fue inmediato: en cuestión de minutos las contracciones se volvieron más fuertes e intensas. Desde ese momento, todo comenzó a acelerarse de manera vertiginosa.

La expectación crecía considerablemente. Ya para las cinco de la tarde Kathleen comenzaba a pujar en serio y el doctor que no llegaba. Mi cuñada estaba al lado derecho de Kathleen y yo al izquierdo. Tratábamos de motivarla y darle ánimos. Y al parecer nuestras palabras surtían efecto: ahora Kathleen pujaba por 15 o 20 segundos y luego descansaba por espacio de un minuto para luego recomenzar.
Después de un rato Kathleen sudaba copiosamente y comenzaba a fatigarse. Pero habíamos hecho progreso: la cabecita de la bebe se dejaba ver. Yo cada vez más nervioso buscaba al doctor que no aparecía por ningún lado mientras que mi mujer seguía pujando cada vez con menos fuerza. De pronto, el doctor, como por arte de magia, apareció no sé de donde junto con dos enfermeras, y con una velocidad impresionante, instalaron todo el instrumental. Desde que entró al cuarto el doctor no había pronunciado ni una sola palabra, pero cuando finalmente habló, le dijo a Kathleen que diera un último pujido, uno grande, el más grande de todos y que con ese sacaba a la bebé. En se momento entró mi suegro. Yo estaba nervioso como nunca antes lo estuve. Mis ojos se debatían entre el rostro en agonía de mi mujer y las maniobras del doctor. Venga, el último pujido y la sacamos, le decía el doctor. Kathleen entregaba todo lo que tenía. De pronto, el doctor, con sangre fría y maestría perfecta, hizo un ligero corte para sacar la cabeza de la bebé. Yo temblaba, había sangre por todos lados, pero veía que mi bebé comenzaba a salir, que seguía saliendo, y que finalmente salía por completo. Era larga, hermosa; era nuestra. El doctor la tomó en sus manos y cortó el cordón. Volteé a ver a Kathleen que respiraba aliviada. Al igual que yo, lloraba. Y ese llanto mio iba acompañado de algo que no sé bien como describir, pero que invadía todo mi ser y me hacia sentir vulnerable e inmensamente feliz porque por fin había nacido Natalie, mi preciosa bebé.