lunes, 19 de marzo de 2012

Sueños atrapados o la historia de alguien más

Sueños atrapados o la historia de alguien más


Hoy decidí salir después de las doce de la noche. En cuanto desperté esta mañana vino a mí la idea de eliminar mi habitual recorrido nocturno, lo que significaría quedarme en casa una hora más. El porqué de esta decisión aun no lo sé. Quizá simplemente quería evitar mi acostumbrado trayecto; quizá el acto de retrasar mi salida se derive de que hace poco más de dos meses que falleció papá y hasta ahora he comenzado a extrañarlo. Quiero suponer que estando un poco más en casa puedo ayudarme a pensar en él.

No creo preciso atribuir el termino negación a este reaccionar retardado que he tenido ante la muerte de mi padre. Más bien, creo que estaba tan habituada a ver su figura pausada recorriendo las habitaciones de casa en busca de no sé qué cosa, o a contemplarlo sentado por las tardes mientras se deleitaba viendo una puesta de sol, o a estudiar sus manos trabajando con fervor en sus plantas y flores sembradas en improvisados tiestos que mantenía en la azotea, que simplemente era como si estuviera aquí. Pero ahora me he dado cuenta de que ya no hay manos que escarden macetas ni ojos que contemplen atardeceres desde esa mecedora que ha ido guardando polvo ni pasos que caminen con inútil afán.

Aun me quedan 15 minutos antes de salir a cubrir mi turno en la fábrica y de alguna forma creo que estoy cumpliendo mi propósito de pensar en papá. Es lo menos que puedo hacer por quien siempre me apoyó en todo. Fue él quien me motivó a tomar el empleo de guardia de seguridad en al fábrica. Quizá previó que aunque mi aspecto grotesco y mi figura desmesurada no fueran atractivos para el dueño, ello no evitaría mi contratación, pues mi trabajo sería nocturno, y a nadie ofendería con mi repulsiva presencia. Por lo menos allí estaría a salvo de cualquier grosería; y, aún, más importante, que tendría una manera de ganarme la vida. El trabajo no me incomoda en lo más mínimo, sino por el contrario, me es de lo más fácil, perfecto para mí. A nadie se le ocurriría ir a meterse a un edificio escondido en un barrio sórdido y casi olvidado. Y en todo caso, estoy segura que el perro enorme que trajo el dueño disuadiría cualquier intento de intrusión.

Es cierto que en la fábrica las noches discurren lentas, y que en un principio el sueño me vencía, pero todo eso lo he superado. Cada día perfecciono más y más mi vigilia. Y dado que la fábrica no es muy grande, logró hacer las rondas en poco tiempo. Luego, me siento en la caseta de guardia donde me aplico de lleno a leer cuentos fantásticos o novelas policiacas, mis géneros favoritos. En ocasiones, tal parece que el barrio y la fábrica se asociaran tácitamente para hundirlo todo en un mutismo que me da oportunidad de sumergirme por completo en mis lecturas. Cuando eso sucede, logro una concentración total de forma que yo soy un uno más de los personajes de las obras que leo y sus circunstancias son las mías: yo soy aquella mujer que urde un crimen perfecto para vengar a su padre, aquel espía que necesita comunicar un mensaje y encuentra la forma de hacerlo asesinando, aquel hombre que se enamora de una desconocida por haber leído su certificado de nacimiento.

Mi pasión por los libros se la debo a papá. A él, que siempre fue un soñador y que a través de sus historias y cuentos me hizo soñar sus sueños. A él, que luego me enseñó que leyendo yo sería capaz de crear mis propias fantasías y que podía guardarlas como intimidades en un pequeño bargueño imaginario hecho a la medida de mi memoria. Y he descubierto que cada vez más puedo echar a andar a mi desaforada imaginación. Porque cuando salgo por la noche para ir a la fábrica, y con parsimonia hago mi habitual recorrido por esas calles a media luz, veo enamorados trenzados en besos que sobrepasan los límites de la decencia, o escucho alguna criatura nocturna elevar lamentos, puedo crear eventos o variaciones de un evento, y entonces me sé dueña y creadora de mis historias. Lo único y cierto que quizá yo posea.

Mamá ya duerme o finge dormir. Me despido de mi bargueño real donde guardo mis pequeños tesoros femeninos. Adornos que nunca me permitiría usar por ser cómo soy. Aunque, tal vez, algún día me tome el atrevimiento de llevar un moño discreto o una pulserita. Pero en cuanto lo pienso, desecho de mi mente esas posibilidades, que por ser tangibles, me son abominables. Decido, por fin, tomar la ruta más rápida para llegar a la fábrica. En menos de diez minutos me presentaré para cubrir mi turno. Daré mi ronda; luego, me sumergiré a soñar en las páginas de algún libro.

Mientras camino, la oscuridad absorbe el ruido de mis pisadas. Un vientecillo frío surge de pronto para acariciar mi rostro, como un consuelo premeditado. Excepto por mí, no hay nadie en las calles. Avanzo sin prisas, nunca he sabido tener prisa, y pienso en cómo serán las cosas de ahora en adelante, sin papá, sin su consejo y su protección. Y a medida que reflexiono en ello voy comprendiendo que tal vez ya esté lista para vivir sin él; tal vez, solo tal vez.

Al doblar la esquina luces rojas y azules que centellan por doquier me sacan de mis cavilaciones; veo agentes de policía yendo de aquí para allá; me aproximo al portón de la entrada y un oficial me de tiene; me identifico, le hago saber que yo trabajo allí, pero dice que no, que por hoy no. Se ha cometido un crimen. Alguien, tal vez una obrera, ultimo al dueño de la fábrica. La fantasía se impuso sobre la realidad. Mis sueños, mi certezas quedarán atrapados en los libros que deje sobre el escritorio dentro de la caseta de guardia.

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