El murmullo que brota de tus labios mientras te maquillas frente al espejo, me hace volver de mi ensimismamiento. Cada vez con mayor frecuencia me sorprendo abstraído en la contemplación de tus movimientos que interpreto como una concentración intensa en torno a tu persona. Desde la silla donde me encuentro, las paredes trazan perfectas rectas que convergen en fuga y, tu figura, al fondo, me parece lejana. Ahora tarareas una melodía de sirenas y cada desplazamiento tuyo por la habitación va dejando una estela difícil de definir: quizá sea como un rastro etéreo que demora en desaparecer dando la sensación de que siempre estas allí aun y cuando ya te hayas marchado. Tomo mi tiempo para contemplarte, para apreciarte mientras te desplazas grácil hacia la sala en busca de algo. Luego, mientras sostienes un vaso con agua de donde bebes a pequeños sorbos, noto que allí, parada frente al balcón, justo donde la luz es más propicia para iluminar tu perfil con rayos de mañana cálida, tu figura se me antoja frágil y majestuosa. Y ese es el instante que tanto esperaba: mis ojos recorren tus contornos con manía, con un inusitado frenesí de abarcarte toda, demorándome el tiempo necesario para permitir que tus partes dejen de ser un todo y, una a una, queden grabadas en mi memoria. Cuando todo haya terminado, cuando hayas salido y cerrado tras de ti la puerta de tu apartamento, sé que habré olvidado todo y que tendré que recurrir a este sueño alguna otra vez para saberte mía.
jueves, 23 de febrero de 2012
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