Hacia tiempo que no tenía un fin de semana tan variado y lleno de actividades. Pero en esta publicación me enfocare en hablar de lo que me sucedió ayer por la tarde: conocí a un predicador callejero.
Y no fue que lo conociera mientras él predicaba, más bien la situación fue la siguiente: Durante la semana pusimos a la venta un teléfono de Sprint que ya no estábamos usando. El día de ayer, Kath recibió una llamada de una persona que estaba interesada, pero esta persona, quería que fuéramos a una tienda de Sprint para verificar que el teléfono estuviera funcionando bien y que no hubiera sido reportado como robado. Al parecer había tenido una mala experiencia con otro teléfono que compró, y cuando intento activarlo se dio cuenta que alguien lo había reportado, por lo que no pudo activar nada de nada y sí, perdió su dinero. Por eso, debido a lo que le pasó, quería cerciorarse de que todo estuviera en orden. La verdad que lo entendí, yo habría querido hacer lo mismo.
Nos encontramos con él en la gasolinera que está a contra esquina de los departamentos. Venía en un civic rojo bastante viejo, y por lo que se podía ver por fuera del carro, repleto de toda clase de cosas en su interior. El tipo era un afroamericano de un metro ochenta, tenía puestos unos enormes y cuadrados lentes con aumento. En general su apariencia estaba un poco desaliñada. Una playera sucia y rota a la altura del abdomen, unos pantalones deportivos y zapatos casuales. Pero eso sí, tenía una especie de mirada compasiva y una sonrisa sincera. De esa clase de personas que cae bien a primera vista.
Nos pusimos en marcha y nos siguió en su carro hacia el centro comercial, donde se supone habría una tienda de Sprint. Craso error. Al llegar, descubrimos que donde antes estaba Sprint ahora estaba un lugar de masajes chinos. Por suerte, nuestro amigo busco en el navegador de su teléfono y encontró el número de otro tienda no muy lejos de ahí. Llamamos para confirmar la dirección y nos fuimos a buscarla, llegamos al lugar, esperamos a que nos atendieran y una vez hubo verificado que todo estaba en orden con el teléfono nos pago y nos fuimos.
Lo peculiar de toda esta historia de idas y vueltas, no es la historia en sí, sino el oficio de nuestro comprador de teléfonos, el tipo resultó que era un predicador callejero. Y este hecho, al menos para mí, es algo portentoso.
Epílogo
Dentro de las tantas cosas que conversamos, le pregunté, "¿por qué es que predicas en la calle?", y él contestó, "es donde la gente está". Por fútil que parezca su respuesta, conlleva una un significado de importancia extraordinaria. Yo me digo cristiano y no soy capaz de hacer cosas mucho más simples, no se diga predicar en la calle.
Al parecer él no tenia horario para su trabajo, y cuando estábamos dentro de la tienda nos citaba algunos versículos de memoria. De cualquier forma, su sonrisa decía más que mil palabras.
Antes de marcharnos, nos agradeció por nuestro tiempo y por ser pacientes, pero en realidad, por alguna razón, sentí que yo debí haberle agradecido por el suyo.
lunes, 2 de marzo de 2009
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