lunes, 23 de enero de 2012

Mi perro Lucas

Cuando mi perro Lucas se internó en aquella arboleda sombría de senderos de barro colorado, temí en gran manera. Miraba como sus huellas se perdían camino adentro. Le gritaba que volviera, pero en respuesta escuchaba un silencio definitivo que solo conseguía inquietarme más. Armándome del poco valor que me quedaba, comencé a caminar por aquel tenebroso lugar en donde parecía como si los arboles se abalanzaran sobre mí. Seguí avanzando unos metros más cuando, de pronto, noté como una mancha peluda rascaba lo que parecía ser un agujero: era Lucas; sentí un profundo alivio al verlo. Justo en el momento que lo llamaba, Lucas volteó. Pensé que era a mí a quien miraba, pero sus ojos estaban fijos en algo que estaba tras de mí. Con respiros entrecortados y sintiendo el miedo resbalar por cada parte de mi ser, comencé a girar la cabeza...
-Enrique, despierta ya flojonazo -era mi madre que me llamaba.
-Ha sido solo un sueño -me dije aliviado-. Todo está bien. Yo no tengo ningún perro llamado Lucas.
Bajé de la cama, y vi sobre el parqué las inconfundibles huellas rojizas de un can.
-Todo está bien. -Volví a decir ahora con menos convicción.

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