Terminé de leer: El hacedor, de Jorge Luis Borges. Este es el libro más variado que le he leído: tiene ensayo, relato y poesía. El mismo autor declara que quizá es su libro más personal; yo lo describiría como sucinto.
Hace un par de años, leí La tabla de Flandes de Arturo Pérez-Reverte. En esta novela, y a modo de epígrafe, Pérez-Reverte utilizó el último terceto de la segunda estrofa del soneto Ajedrez escrito por Borges. En ese tiempo me parecieron muy interesantes aquellos versos, pero no les dí mayor importancia. Ahora que terminé de leer El hacedor, repasé el poema completo y se convirtió inmediatamente en favorito. Dejo aquí Ajedrez, poema terrible y metafísico, del inigualable Jorge Luis Borges.
I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
jueves, 13 de enero de 2011
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