La semana pasada terminé el segundo de la serie Millenium de Stieg Larsson, casi 800 páginas.
A diferencia del primer libro, este se enfoca en una de las protagonistas, Lisbet Salander. Se urde una historia bastante complicada donde Lisbet se ve perseguida por la policía debido a que es sospechosa de unos brutales asesinatos. Una de las victimas, un periodista que estaba a punto de sacar un libro sobre tráfico de mujeres y prostitución, trabajaba justamente para la revista Millenium.
Esta segunda parte de la serie, al igual que la primera, mantiene una tensión constante, y a medida que la historia avanza, secretos se desvelan y misterios nuevos aparecen.
A pesar de que que el libro es bastante largo, en ningún momento se torna aburrido o soso y por el contrario, te atrapa de tal forma que no puedes parar de leer.
Espero que en unos cuantos meses pueda conseguir la tercera y última parte de la serie. Por el momento comencé a leer en inglés nuevamente y nada mejor que una novela gráfica, Watchmen.
Llevo un par de capítulos y lo único que puedo decir, es que realmente es una pieza de literatura; el hecho de que sea comic no le resta calidad literaria, de verdad.
Ahora que tengo unas cortas vacaciones del inglés, tres semanas para ser exactos, voy a procurar aprovechar el tiempo, lo que significa (al menos en mi idea idílica), ir a escalar y leer.
No prometo terminar Watchmen para fin de mes, porque ya me pasó con el libro de Kundera que no lo terminé para el plazo fijado, pero haré lo que se pueda ;).
sábado, 21 de marzo de 2009
lunes, 2 de marzo de 2009
Un grito de amor desde el centro del mundo
Como ya mencioné en el post pasado, este fin de semana estuvo llena actividades, incluida, la finalización de Un grito de amor desde el centro del mundo de Kyoichi Katayama.
El libro trata la historia de dos adolescentes que se enamoran. Realmente la trama no es muy complicada y es más bien fácil de leer. Lo interesante del libro es la manera como el autor expresa el sentir de uno de los protagonistas, es un amor tan fuerte que llega a contagiarte; sumamente descriptivo y penetrante. Y sólo por eso, vale la pena leer el libro.
Es una bonita historia de amor, pero debo advertir que no tiene final feliz. Sin duda lo recomiendo, es perfecta para una tarde fría y nostálgica; para cuando se quiera recordar cuanto se puede llegar extrañar a una persona.
Este es el tercer libro que me leo en el tabloide Nokia y la verdad que se esta haciendo adicción eso de leer electrónico.
El libro trata la historia de dos adolescentes que se enamoran. Realmente la trama no es muy complicada y es más bien fácil de leer. Lo interesante del libro es la manera como el autor expresa el sentir de uno de los protagonistas, es un amor tan fuerte que llega a contagiarte; sumamente descriptivo y penetrante. Y sólo por eso, vale la pena leer el libro.
Es una bonita historia de amor, pero debo advertir que no tiene final feliz. Sin duda lo recomiendo, es perfecta para una tarde fría y nostálgica; para cuando se quiera recordar cuanto se puede llegar extrañar a una persona.
Este es el tercer libro que me leo en el tabloide Nokia y la verdad que se esta haciendo adicción eso de leer electrónico.
El predicador
Hacia tiempo que no tenía un fin de semana tan variado y lleno de actividades. Pero en esta publicación me enfocare en hablar de lo que me sucedió ayer por la tarde: conocí a un predicador callejero.
Y no fue que lo conociera mientras él predicaba, más bien la situación fue la siguiente: Durante la semana pusimos a la venta un teléfono de Sprint que ya no estábamos usando. El día de ayer, Kath recibió una llamada de una persona que estaba interesada, pero esta persona, quería que fuéramos a una tienda de Sprint para verificar que el teléfono estuviera funcionando bien y que no hubiera sido reportado como robado. Al parecer había tenido una mala experiencia con otro teléfono que compró, y cuando intento activarlo se dio cuenta que alguien lo había reportado, por lo que no pudo activar nada de nada y sí, perdió su dinero. Por eso, debido a lo que le pasó, quería cerciorarse de que todo estuviera en orden. La verdad que lo entendí, yo habría querido hacer lo mismo.
Nos encontramos con él en la gasolinera que está a contra esquina de los departamentos. Venía en un civic rojo bastante viejo, y por lo que se podía ver por fuera del carro, repleto de toda clase de cosas en su interior. El tipo era un afroamericano de un metro ochenta, tenía puestos unos enormes y cuadrados lentes con aumento. En general su apariencia estaba un poco desaliñada. Una playera sucia y rota a la altura del abdomen, unos pantalones deportivos y zapatos casuales. Pero eso sí, tenía una especie de mirada compasiva y una sonrisa sincera. De esa clase de personas que cae bien a primera vista.
Nos pusimos en marcha y nos siguió en su carro hacia el centro comercial, donde se supone habría una tienda de Sprint. Craso error. Al llegar, descubrimos que donde antes estaba Sprint ahora estaba un lugar de masajes chinos. Por suerte, nuestro amigo busco en el navegador de su teléfono y encontró el número de otro tienda no muy lejos de ahí. Llamamos para confirmar la dirección y nos fuimos a buscarla, llegamos al lugar, esperamos a que nos atendieran y una vez hubo verificado que todo estaba en orden con el teléfono nos pago y nos fuimos.
Lo peculiar de toda esta historia de idas y vueltas, no es la historia en sí, sino el oficio de nuestro comprador de teléfonos, el tipo resultó que era un predicador callejero. Y este hecho, al menos para mí, es algo portentoso.
Epílogo
Dentro de las tantas cosas que conversamos, le pregunté, "¿por qué es que predicas en la calle?", y él contestó, "es donde la gente está". Por fútil que parezca su respuesta, conlleva una un significado de importancia extraordinaria. Yo me digo cristiano y no soy capaz de hacer cosas mucho más simples, no se diga predicar en la calle.
Al parecer él no tenia horario para su trabajo, y cuando estábamos dentro de la tienda nos citaba algunos versículos de memoria. De cualquier forma, su sonrisa decía más que mil palabras.
Antes de marcharnos, nos agradeció por nuestro tiempo y por ser pacientes, pero en realidad, por alguna razón, sentí que yo debí haberle agradecido por el suyo.
Y no fue que lo conociera mientras él predicaba, más bien la situación fue la siguiente: Durante la semana pusimos a la venta un teléfono de Sprint que ya no estábamos usando. El día de ayer, Kath recibió una llamada de una persona que estaba interesada, pero esta persona, quería que fuéramos a una tienda de Sprint para verificar que el teléfono estuviera funcionando bien y que no hubiera sido reportado como robado. Al parecer había tenido una mala experiencia con otro teléfono que compró, y cuando intento activarlo se dio cuenta que alguien lo había reportado, por lo que no pudo activar nada de nada y sí, perdió su dinero. Por eso, debido a lo que le pasó, quería cerciorarse de que todo estuviera en orden. La verdad que lo entendí, yo habría querido hacer lo mismo.
Nos encontramos con él en la gasolinera que está a contra esquina de los departamentos. Venía en un civic rojo bastante viejo, y por lo que se podía ver por fuera del carro, repleto de toda clase de cosas en su interior. El tipo era un afroamericano de un metro ochenta, tenía puestos unos enormes y cuadrados lentes con aumento. En general su apariencia estaba un poco desaliñada. Una playera sucia y rota a la altura del abdomen, unos pantalones deportivos y zapatos casuales. Pero eso sí, tenía una especie de mirada compasiva y una sonrisa sincera. De esa clase de personas que cae bien a primera vista.
Nos pusimos en marcha y nos siguió en su carro hacia el centro comercial, donde se supone habría una tienda de Sprint. Craso error. Al llegar, descubrimos que donde antes estaba Sprint ahora estaba un lugar de masajes chinos. Por suerte, nuestro amigo busco en el navegador de su teléfono y encontró el número de otro tienda no muy lejos de ahí. Llamamos para confirmar la dirección y nos fuimos a buscarla, llegamos al lugar, esperamos a que nos atendieran y una vez hubo verificado que todo estaba en orden con el teléfono nos pago y nos fuimos.
Lo peculiar de toda esta historia de idas y vueltas, no es la historia en sí, sino el oficio de nuestro comprador de teléfonos, el tipo resultó que era un predicador callejero. Y este hecho, al menos para mí, es algo portentoso.
Epílogo
Dentro de las tantas cosas que conversamos, le pregunté, "¿por qué es que predicas en la calle?", y él contestó, "es donde la gente está". Por fútil que parezca su respuesta, conlleva una un significado de importancia extraordinaria. Yo me digo cristiano y no soy capaz de hacer cosas mucho más simples, no se diga predicar en la calle.
Al parecer él no tenia horario para su trabajo, y cuando estábamos dentro de la tienda nos citaba algunos versículos de memoria. De cualquier forma, su sonrisa decía más que mil palabras.
Antes de marcharnos, nos agradeció por nuestro tiempo y por ser pacientes, pero en realidad, por alguna razón, sentí que yo debí haberle agradecido por el suyo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)