Pablo Daniels debe su apellido a su abuelo paterno —un irlandés que en una noche de juerga se embarcó en Dublín rumbo a Buenos Aires. Era abstemio, mas heredó lo aventurero. Viajó mucho. En El Cairo, trapicheó con bedunios; en Estocolmo, vio nevar; en Veracruz, cantó con Lara. La última noche que nos reunimos me intimó un secreto, quizá universal, pero acuñado suyo:
—Uno yerra buscando, pero lo importante está en casa.
Daniels regresó a Buenos Aires de su último viaje, conoció a Emma, el amor de su vida, y nunca más volvió a partir.